dilluns, 22 d’agost del 2016

DON RODRIGO, DON RODRIGO, NO SE PREOCUPE LOS DE NUESTRA CLASE SOCIAL SOMOS TRIUNFADORES


La derecha gobernante del PP nos atufa con la neoliberal monserga de que, una vez establecida la igualdad de oportunidades, que es el mayor grado de igualdad (teórica) que es capaz de admitir, el éxito social, político o económico de las personas depende exclusivamente del esfuerzo y de los méritos de cada cual. No obstante, Wright Mills ya advertía de que tal aserto era una ficción y de que la causa del éxito de los triunfadores residía, en la mayor parte de los casos, en las ventajas inherentes a su clase social, en el origen familiar, en la educación recibida -el colegio exclusivo y la universidad selecta-, en las amistades y en el acceso a los círculos adecuados, que se reforzaban con vínculos económicos y enlaces matrimoniales; es decir, con las conductas propias de una cerrada élite, que se blindaba ante los extraños para seguir asegurando las ventajas de su privilegiada situación.
En España tenemos sobrados ejemplos de que la élite económica además de protegerse de los extraños cuida muy bien de los suyos, lo cual es muy evidente con este Gobierno, pero también contamos con casos concretos que lo confirman.
Rodrigo Rato es de esas personas que parece que nacen de pie y con un contrato blindado bajo el brazo (el pan, cuando lo hay, se queda para los pobretones), pues ha vuelto a ser “fichado” por el Banco Santander, con la módica cantidad de 200.000 euros anuales por pertenecer a un consejo asesor que se reúne dos veces al año. Este es el segundo “empleo” de Rato desde que salió de Bankia, ya que antes había sido “fichado” por Telefónica con un sueldo similar. A estas retribuciones hay que sumar la pensión vitalicia de 54.500 euros anuales del Fondo Monetario Internacional, por su estancia en la gerencia de ese organismo desde 2004 a 2007, pero recién dimitido de esta entidad, Rato fue fichado, en 2008, como consejero de la Caixa con un sueldo de 115.000 euros al año, que lo nombró consejero de Criteria, y también por el Banco Santander por una cantidad, suponemos, similar.
En 2010, fue nombrado presidente de Caja Madrid a la que dejó, en 2012, ya convertida en Bankia, con un beneficio teórico de 309 millones de euros de beneficios que resultaron ser más de 3.000 millones de pérdidas. Bankia tuvo que ser saneada con 22.400 millones de euros de dinero público, difíciles de recuperar. Por esta gestión, por la que percibió 2,34 millones de euros al año, Rato está imputado en la Audiencia Nacional por los presuntos delitos de apropiación indebida, falsedad contable, estafa y gestión desleal, lo cual no ha sido obstáculo para ser fichado por el Santander, aunque por ese motivo la revista Blommberg Bussines Week le consideró el 5º peor ejecutivo del año.
Su gestión al frente del FMI tampoco puede calificarse de brillante, pues un informe en enero de 2011, señala que durante su etapa la entidad fue incapaz de prevenir la crisis y de hacer sonar las alarmas pertinentes. Y siendo ministro Economía y Hacienda (1996-2000) y de Economía (2000-2004) de gobierno de Aznar fue uno de los principales responsables de haber puesto en marcha el modelo crecimiento económico basado en el ladrillo y el crédito barato, que ha conducido a nuestra particular burbuja inmobiliaria e hipotecaria, cuyo estallido estamos pagando muy caro.
La trayectoria de Rato es un caso ejemplar de conducta en la vigente sociedad dual, no sólo dividida en las rentas sino en la velocidad, de la que habla Susan George, una sociedad que es dinámica por arriba y estática por abajo. Por arriba, entre las élites, altos ejecutivos, bien cubiertos con contratos blindados, se mueven con rapidez pasando de unas empresas a otras, mientras por abajo mucha gente no logra escapar de los empleos mal pagados y precarios, los jóvenes no logran trabajar establemente, los parados se estacionan en el desempleo de larga duración y aparecen los marginados perpetuos. Es también un claro ejemplo de lo bien que funciona la , que comunica la economía privada con la administración del Estado, por la que altos ejecutivos pasan del ámbito privado al público, de la economía a la política y viceversa, pero ganando siempre.
Hoy ministro, mañana banquero, decía Lenin, un ruso en desuso.

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