dimecres, 19 d’octubre del 2016

A la espera de un (nuevo) gobierno del PP

No nos deberíamos preguntar ahora por qué un partido sobre el que pesa la sombra de la corrupción, tiene un bajo nivel de popularidad y ha hecho gala del inmovilismo, está en condiciones de seguir gobernando. En cambio, deberíamos preguntarnos qué (no) ha hecho la oposición


Si se cumple el guión, tras el giro dado por el cambio de timón en el PSOE, a principios de noviembre se habrá constituido un gobierno en minoría del Partido Popular. Y si el guión no se cumple, por un nuevo giro político, el país se verá abocado a unas terceras elecciones generales en las que, de acuerdo con los últimos sondeos ( Celeste-Tel para eldiario.es y Metroscopia para El País), el PP saldría (nuevamente) fortalecido y estaría más cerca de La Moncloa. Por tanto, en el actual escenario político todo parece indicar que, más tarde o temprano y con más o menos escaños, el PP estará en condiciones de formar un gobierno. Un gobierno con el que Mariano Rajoy dará continuidad a un segundo mandato y a una nueva legislatura de signo conservador en España.
La aparente buena salud del Partido Popular resulta llamativa si tenemos en cuenta que, sin hacer aparentemente nada, es la única fuerza política de ámbito nacional a la que parecen irle bien las cosas.
Por la izquierda, su principal rival, el PSOE, atraviesa una profunda crisis de (aún) incierto final. Más a la izquierda del PSOE, encontramos que, en Podemos, las divisiones ideológicas han emergido tan pronto como el pegamento de "asaltar ( rápidamente) el cielo" se acabó diluyendo por la fuerza (o más bien por la falta) de los votos. Una unidad que, no obstante, puede volver a recomponerse por la oportunidad que los problemas de los socialistas pueden brindar a la formación morada para erigirse (al menos, a corto plazo y de facto) en el partido líder de la oposición.
Por el centroderecha, el Partido Popular se enfrenta a un adversario, Ciudadanos, que no consigue rentabilizar electoralmente la estrategia de aparecer como un partido dialogante y abanderado de la regeneración democrática en una sociedad que, en términos demoscópicos, parece mostrarse ávida de consensos y harta de corrupción. Especialmente cuando la sombra de la corrupción afecta de lleno al Partido Popular y ha reaparecido además,  en forma de juicio por el caso Gürtel, en el momento en el que este partido está más cerca de continuar en el poder.
Bien es cierto, que el segundo mandato se presenta para los populares en un entorno más hostil, dado que ya no contarán con la cómoda mayoría absoluta en el Congreso que les permitió gobernar durante cuatro años sin necesidad de alcanzar consensos. El PP tendrá que aprender a gobernar en minoría y si, finalmente, en los próximos días, Rajoy pasa con éxito la sesión de investidura, será la primera vez, en la democracia, que un partido gobierne con menos de 156 escaños.
También es cierto que, en poco más de cuatro años y medio, los populares han perdido el apoyo de casi 3 millones de electores, al pasar de obtener cerca de 11 millones de votos en los comicios generales del 20 de noviembre de 2011, a no superar la cifra de los 8 millones de papeletas en las elecciones celebradas el pasado 26 de junio.
Pero, en todo caso, el PP ha mostrado una gran capacidad de resistencia. Primero, por su condición de partido gobernante que ha aplicado un duro e impopular paquete de reformas y recortes sociales en un contexto europeo en el que la mayoría de los partidos en el gobierno han sufrido severas derrotas en las urnas. Segundo, por la singularidad de ser un partido gobernante salpicado por escándalos de corrupción que han puesto en cuestión su ejemplaridad. Y, tercero, por su condición de fuerza política tradicional que ha tenido que hacer frente a nuevos competidores políticos. Por ello, cabe plantearse cuáles son los factores que explican la resiliencia de los populares en los últimos años.
Con Rajoy, no se confirma, en modo alguno, la hipótesis de que para ganar unas elecciones un partido tenga que contar necesariamente con un líder carismático o bien valorado. Cuando los populares alcanzaron su mejor resultado histórico en las elecciones de 2011, lo hicieron, de acuerdo con los datos del CIS, con un líder que suscitaba una gran desconfianza (casi el 72% de los ciudadanos reconocía tener poca o ninguna confianza en él) y recibía una puntuación media inferior al aprobado (4,43 puntos en una escala de 0 a 10).
Posteriormente, la imagen de Rajoy como Presidente del gobierno lejos de mejorar, siguió empeorando. En la antesala de las pasadas elecciones del 26 de junio, en las que el PP fue el único partido que consiguió mejorar sus resultados respecto a los comicios de diciembre, Rajoy recibía una puntuación media de 3,09 puntos; siendo, entonces, el líder de ámbito nacional peor valorado por la ciudadanía. En términos comparados, Rajoy ostenta el récord de ser el Presidente del gobierno peor valorado de la democracia.
Tampoco se puede decir que el éxito del PP resida en la gran simpatía que despierta como partido, ni en que sea la fuerza que ideológicamente más se parezca a la sociedad española. En la antesala de los comicios generales de 2011, el PP era percibido por el conjunto del electorado como un partido claramente de derechas (con una posición media de 7,89, en una escala de 1 a 10 donde 1 es extrema izquierda y 10 es extrema de derecha). Y en la antesala de los pasados comicios de junio era percibido como un partido aún más escorado a la derecha (posición media de 8,35). Muy alejado de una sociedad que sigue situándose en el centroizquierda (posición media de 4,66, de acuerdo con el último registro del CIS correspondiente a septiembre). Incluso ideológicamente los votantes del PP se ubican en una posición menos escorada a la derecha (7,09), de la que perciben que está situada el PP (7,68).
No obstante, los populares parecen haber sido exitosos en la construcción de un relato sobre su buena capacidad de gestión, puesto que, de acuerdo con las encuestas postelectorales del CIS de los comicios generales de 2011 y 2015 (última disponible), ser el partido más capacitado para gobernar es la principal razón que esgrimen (hasta un tercio de) los votantes del PP para haberse decantado por esta formación. Ni una recuperación económica tras la que sobresalen numerosos desequilibrios, ni el incremento de la desigualdad social, ni una tasa de paro que sigue siendo muy elevada y que se ha reducido a costa de un preocupante aumento de la precariedad, ni los escándalos de corrupción y de injerencias políticas, han conseguido echar por tierra la imagen de un partido "solvente".
El PP ha sabido conectar con los miedos de una importante parte de sociedad que, ante la incertidumbre, antepone el valor de la seguridad y la estabilidad a cualquier otra consideración. La estrategia del PP en los últimos seis años y medio, cuando comenzaron a aplicarse las políticas de austeridad en España y el PSOE empezaba a dar muestras de una profunda desconexión con su electorado tradicional, ha sido la de erigirse en el "mal menor". Desde ese planteamiento, se puede explicar el bajo perfil político que los dirigentes del PP han mantenido calculadamente, en estos años, con el fin de que nada empañara la imagen tecnocrática de su gobierno.
Por otro lado, también es evidente que los populares han sabido sacar provecho de los errores cometidos por sus adversarios. La polarización que llevó hasta las últimas consecuencias Podemos para conseguir, sin éxito, adelantar electoralmente al PSOE y convertirse en el referente del electorado de izquierda, acabó beneficiando al PP. Al igual que la incapacidad de las fuerzas de la izquierda para construir un gobierno alternativo, tras la celebración de los primeros comicios de diciembre, también ha beneficiado al PP al inclinarse nítidamente la balanza hacia las fuerzas de la derecha (ahora con 169 escaños, frente a 156 de la izquierda).
El hecho de que los socialistas pospusieran hasta después de las elecciones gallegas y vascas el "dilema" al que sabían que tenían que enfrentarse desde la misma noche electoral del 26 de junio ha sido otro gran error, que sólo ha servido para fortalecer la posición del PP. Asimismo, la aparente flexibilidad, o talante negociador, de Ciudadanos en el ámbito de la lucha contra la corrupción ha contribuido también a reforzar a los populares.
Pero más allá de los últimas ventajas con las que ha contado el Partido Popular para estar hoy a las puertas de poder formar un gobierno en minoría, su principal punto fuerte ha sido la incapacidad de la oposición en estos últimos años y, particularmente, del PSOE, acuciado por sus propios problemas internos, para desmontar la imagen de los populares como (buenos y meros) gestores.
Más que ver en la resistencia del PP un (anómalo) premio del electorado, ésta se podría entender como un rotundo fracaso de la oposición. Y, precisamente, de lo que más necesitado está el país es de la consolidación de una oposición que sea activa y controle eficazmente al gobierno. Esperemos que, a diferencia de lo que ha pasado en los últimos años, no sea la debilidad de la oposición el principal activo con el que cuente el PP para seguir gobernando. En principio, la situación de un ejecutivo en minoría sería una gran oportunidad para que la oposición se revitalizara. Aunque, de momento, ante una izquierda enfrentada y con un PSOE en peligro de descomposición, no hay ninguna razón para pensar que así vaya a ocurrir.
Fuente: eldiario.es

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