dijous, 16 de març del 2017

Wilders pierde, ¿pero quién gobernará Holanda?

Una participación histórica mantiene al PVV fuera del gobierno, pero la formación de una coalición viable se presenta complicada. Entre los partidos que más crecen, destaca la Izquierda Verde.

Geert Wilders pronuncia un discurso en un acto del movimiento alemán Pegida en abril de 2015 METROPOLICO.ORG


El día antes de las elecciones, dos tercios de los 13 millones de holandeses con derecho al sufragio todavía no sabían a quién votar. Lo que sí tenían claro, sin embargo, era que había mucho en juego. Cerca de un 80% —una participación bastante más alta de lo esperada— aprovechó el soleado día para ejercer su derecho democrático. Muchos se sentían movidos por el temor de que el Partido por la Libertad de Wilders saliera como el más votado. En su lugar, el ganador es el VVD del primer ministro Rutte. Eso sí, perdió ocho escaños, quedándose en 33 de los 150 que componen la Cámara Baja holandesa.
Con el recuento de votos casi finalizado, el PVV de Wilders, que en los sondeos de diciembre subía hasta 36 escaños, ha acabado en segundo lugar, con 20 escaños, cinco más de los que tiene hoy. Le siguen de cerca otros dos partidos: los liberales progresistas de D66 y los democristianos del CDA, ambos con 19 escaños. La Izquierda Verde, liderada por el dinámico Jesse Klaver, treintañero de padre marroquí y madre de ascendencia indonesia, casi cuadruplica su presencia parlamentaria y pasa de 4 a 14, un récord histórico. La preocupación medioambiental del electorado holandés es llamativa: un partido ecologista más pequeño y radical, el Partido de los Animales, pasa de 2 a 5 escaños. (También es la única formación liderada por una mujer.)
Los grandes damnificados de este día electoral son los socialdemócratas de Lodewijk Asscher, que forman el gobierno actual en coalición con el VVD. El Partido del Trabajo encaja una derrota histórica, pasando de 38 a 9 escaños, una pérdida de más de casi tres cuartos. Es, con distancia, el peor resultado desde la fundación del partido en 1946.
Los últimos días de la campaña estuvieron marcados por una crisis diplomática con Turquía. El conflicto se desató cuando Holanda deportó a una ministra turca que había entrado al país para hacer campaña por el referéndum de Erdogan. Hubo protestas callejeras y enfrentamientos violentos entre activistas turcos y la policía de Rotterdam. A Rutte, la crisis le brindó una oportunidad dorada: pudo demostrar un liderazgo decidido, al mismo tiempo que subrayó su vehemente rechazo a los manifestantes, que blandían banderas turcas y repetían la acusación de Erdogan de que la actitud del gobierno holandés era “fascista”. Cuando, después, Erdogan acusó a los holandeses del genocidio de 8000 musulmanes en la ciudad bosnia de Srebrenica que, en 1995, estaba bajo la protección de una unidad militar neerlandesa, Rutte denunció el “asqueroso revisionismo” del líder turco, agregando que “Holanda no se deja intimidar”. En sus intervenciones públicas del fin de semana, el propio Rutte subrayó el contraste entre su papel valiente como protector del país y la actitud de Wilders, que —decía— no hace más que “tuitear desde el sofá”. (Wilders, que lleva 12 años viviendo bajo protección policial, casi no aparece en público y, como Trump, usa Twitter como su principal canal de comunicación.)
A pesar de que el PVV gana escaños, los resultados no pueden ser sino decepcionantes para la formación de Wilders. Sin embargo, es difícil sobreestimar su influencia en la política holandesa estos últimos años. Wilders ha logrado definir los marcos principales del debate político y social. En particular, gracias a él la identidad nacional —supuestamente amenazada por la inmigración y la Unión Europea— se convirtió en el tema central de la campaña. Tampoco la izquierda ha sido capaz de escapar esta tendencia. Este fin de semana, por ejemplo, Asscher, el líder socialdemócrata, se vio obligado a condenar a los turcos nacionalistas como “escoria” y “maleantes”. Esta actitud le ha costado votos al partido socialdemócrata. Un partido nuevo fundado por dos de sus parlamentarios de ascendencia turca, Denk (Piensa), que se perfila como defensor de los inmigrantes, logra tres escaños. (Es llamativo que, en Amsterdam, la capital, Denk haya conseguido más votos que el partido de Wilders y ha quedado a menos de 1% de los socialdemócratas; en Rotterdam, Denk saca un 8,1%).
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Terminadas las elecciones, se inicia ahora un protocolo preestablecido que tiene tres fases. Primero, la actual presidenta de la Cámara inicia un proceso de exploración que recopile los deseos y perspectivas de todos los partidos. Después, un “informador” explorará las combinaciones de partidos capaces de formar una coalición que acapare una mayoría parlamentaria. Una vez identificada esa combinación, un “formador” —generalmente el líder del partido mayor de la coalición prospectiva— se hace cargo de una negociación que debe producir un acuerdo que sirva de base para un gobierno.
Este proceso es de rigor en el sistema democrático holandés desde la Segunda Guerra Mundial, donde ningún partido ha ganado una mayoría absoluta y todos los gobiernos han sido de coalición. Pero se presenta más endiabladas que de costumbre. Para empezar, el parlamento está más fragmentado que nunca. (En 2012, los tres grandes partidos tradicionales —VVD, CDA, PvdA— acaparaban casi dos terceras partes del parlamento; en 2017, no llegan a un 40%). Además, la mayoría de los partidos ya ha excluido de antemano la posibilidad de gobernar con Wilders. Y finalmente, todas las coaliciones viables representan combinaciones de partidos divididos por profundos desacuerdos en materia económica (impuestos, legislación laboral), social (inmigración, sanidad, medio ambiente), y ética (eutanasia).
La iniciativa le toca sin duda a Mark Rutte del VVD, que tiene toda posibilidad de renovar como primer ministro. Sus dos socios más naturales serán los democristianos (CDA) y los liberales progresistas (D66) para formar un gabinete centroderechista con un claro perfil liberal. Juntos, sin embargo, los tres suman 71 escaños. Para llegar a los 76 necesarios para una mayoría, podrían invitar a la Izquierda Verde, cuyas propuestas económicas y laborales se oponen diametralmente a las del VVD. Otra posibilidad es que se sume uno de los dos pequeños partidos confesionales (el partido ortodoxo-protestante, CU, y el partido calvinista, SGP); pero éstos se oponen radicalmente a la legislación en torno a la eutanasia que D66 ha convertido en punto central de su campaña, y que, entre otras cosas, permitiría que termine su vida una persona mayor de 75 años que considere que su vida “está concluida”. (La legislación actual limita la eutanasia legal a los que “sufren insoportablemente”.) Aunque tanto los partidos como el electorado asumen la inevitabilidad de compromisos, los partidos no suelen estar dispuestos a sacrificar los puntos centrales de su programa electoral.
Los resultados anunciados esta madrugada son preliminares, resultado de un recuento a mano, casi completo, de las más de 10 millones de papeletas. Poco antes de las elecciones, la junta electoral anunció que eliminaría toda herramienta informática del proceso electoral, dada la vulnerabilidad ante ataques cibernéticos de Rusia u otras partes. Los resultados definitivos no se conocerán hasta el 21 de marzo.
FUENTECTXT

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